por Eduardo Gudynas (desde Sao Paulo) – El presidente de Brasil, José Ignacio Lula da Silva, acompañado de altos jerarcas del gobierno, se reunió con las organizaciones ciudadanas presentes en la conferencia de la UNCTAD en San Pablo. Allí explicó las fundamentos de su política exterior diciendo que los países ricos «no harán concesiones comerciales mientras nosotros continuemos apenas pidiendo y reivindicando posiciones», por lo que es necesario lograr «fuerza política» mediante la coordinación entre países del sur. El presidente de Brasil también sostuvo que la lucha contra el hambre debe ser uno de los fundamentos de su política exterior. Estas y otras posiciones fueron matizadas, cuando Lula una y otra recordaba que los cambios llevarán mucho tiempo.
Lula aceptó el encuentro fuera del programa oficial de la UNCTAD, y allí recibió la declaración que las organizaciones ciudadanas habían elevado a Kofi Annan. Estuvo presente junto a varios secretarios del gobierno, incluyendo al canciller Celso Amorim y delegados del Foro de la Sociedad Civil. Tras recibir un regalo de la campaña por el «comercio justo», Lula afirmó que una de sus primeras tareas fue «recuperar un buena política y la confianza con los países vecinos», para «no presentarse únicamente con la voz de Brasil sino con la del todo el continente». En ese momento sostuvo que esa no era una tarea fácil dadas las desconfianzas que existían entre las naciones; ese tipo de referencias a las dificultades y el tiempo que insumen los cambios internacionales se repitieron varias veces a lo largo de su intervención.
En una sala de prensa atestada de público y periodistas, Lula sostuvo que las relaciones comerciales se basan en relaciones políticas, y éstas exigen crear estrechos lazos humanos. A partir de ese esfuerzo «recuperamos el Mercosur que estaba desacreditado», y ahora espera que a finales de año «toda la América del Sur esté participando del Mercosur».
Apelando a estos y otros ejemplos, Lula se preguntó: ¿para qué hacemos todo esto? Su respuesta se basó en establecer que las naciones ricas no hacen concesiones a los países que se únicamente hacen pedidos y reivindicaciones, sino que se debe crear una relación politica entre naciones del sur «para lograr más fuerza para hacer mejorar las relaciones comerciales». El presidente de Brasil enseguida advirtió a las organizaciones ciudadanas que no desea una batalla con los Estados Unidos o la Unión Europea, ya que son socios comerciales muy importantes para Brasil, sino que aspira a venderles todavía más. En este punto una vez más sostuvo que esos cambios para fortalecer al sur «llevan tiempo y no son fáciles», y se deben basar en demostrar a otras naciones que «cambiar sus estrategias comerciales es bueno para ellas y también para Brasil».
En el terreno de las relaciones comerciales y la integración, Lula sostuvo que es necesario fortalecer los vínculos en el sur. Agregó que la mejor manera de ayudar a las naciones más pequeñas es asistirlas en crear productos exportables que ellos puedan comprar, y apuntó a las complementaridades productivas entre los países.
Se desprende que, a juicio de Lula, la sociedad civil tiene un papel relevante dentro de cada nación: por un lado presionando todos los días, con un esfuerzo sostenido, y por el otro manteniendo temas claves, y en especial la lucha contra el hambre. Incluso presentó ejemplos concretos de una presencia sindical más enérgica en la integración regional dentro del Mercosur, para que los gremios no queden reducidos a «entregar documentos de vez en cuando».
El presidente Lula no dejó escapar esta oportunidad para responder a quienes criticaron su viaje desde el Foro Social Mundial de Porto Alegre (2003) al Foro de Davos. En aquel entonces muchas organizaciones ciudadanos criticaron su viaje de un evento al otro. Afirmó: «si yo no iba a Davos el tema del hambre no habría sido debatido allí, y logré colocarlo como cuestión central». Siguió en el mismo sentido recordando la invitación del presidente de Francia J. Chirac para participar junto a otros líderes del sur en uno de los encuentros del G-8, donde volvió a insistir con el drama de hambre. En ese momento explicó que su propósito es instalar ese asunto en la agenda internacional, pero enseguida volvió a advertir: «es una tarea inconmensurable» y «llevará mucho tiempo».
Las apelaciones al combate contra el hambre estuvieron presentes en varios momentos, y sin duda es una cuestión que el gobierno Lula ha sabido transmitir a los foros internacionales. Nadie puede estar en contra de ello. Pero esa iniciativa se está enfocando más y más en crear un fondo internacional contra el hambre, y sigue sin quedar claro cómo se relacionará ese instrumento con las agencias de las Naciones Unidas que ya cumplen ese cometido. En efecto, la FAO (Organizaciones de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) enfoca ese tema, e incluso tienen un programa especial para la seguridad alimentaria. Además ya existe un fondo autónomo dentro de Naciones Unidas, FIDA (Fondo Internacional para el desarrollo agrícola) que ataca específicamente el problema de los sectres rurales más empobrecidos. Finalmente se cuenta con un Programa Alimentario Mundial relacionado directamente con el secretario general de la ONU. Sin duda que lo más eficiente sería sumar todos estos esfuerzos en una sola iniciativa, mejorando el actual desempeño de cada una de ellas (ya que en muchos casos se sufren variados problemas), en lugar de crear una nueva instancia.
En los momentos dedicados a las preguntas desde algunos representantes de distintas organizaciones (Red Brasilera por la Integración de los Pueblos, Greenpeace y la coordinadora sindical CIOLS), las respuestas dejaron varias cuestiones en la penumbra. Esas contestaciones así como toda la presentación explican que las reacciones ante el discurso de Lula fueron muy variadas; en algunos casos fueron recibidas con agrado pero en otros con cierto desencanto. Muchos apoyan los esfuerzos del gobierno de Brasil para mejorar las relaciones comerciales actuales, mientras que se generó cierta preocupación con los comentarios de Lula sobre actividades de «solidaridad» vinculadas al sector empresarial las que, a juzgar por su propia descripción, en realidad serían una forma de caridad ocasional. A partir de un pedido de incorporación de la seguridad alimentaria y la agricultra familiar en la agenda del Grupo de los 20 y otros temas conexos, Lula terminó sosteniendo que las naciones del sur no pueden tomar las agendas sociales que se reclaman desde las naciones ricas, ya que si así lo hicieran su desarrollo sería todavía más inviable. A juicio de Lula esas condiciones llevaron mucho tiempo en ser conquistadas. Cualquiera de esas posiciones tiene algunos elementos acertados pero evidentemente son necesarios varios matices, lo que en ningún caso deberían poner entre paréntesis las demandas políticas por mejoras en el sur.
Una situación similar se vive con los repetidos llamados de Lula a la paciencia y a las dificultades en las negociaciones. Eso es cierto, y sin duda es un hecho que todos conocen, pero la forma en que fueron presentados terminó generando un mensaje que reflejaba escepticismo.
Bajo esos claroscuros quedó en evidencia que desde el gobierno Lula se ofrece un ejemplo de intentar una nueva relación con las organizaciones ciudadanas, con las cuales por cierto que se mantienen diferencias, pero que más allá de ellas se han establecido canales de diálogo y participación. Una situación de este tipo sigue siendo excepcional en el resto de América Latina. Por lo tanto la conferencia de Lula brinda muchos ejemplos a considerar, tanto en todo lo bueno que se debe imitar, como en las cuestiones que exigen una fuerte presencia ciudadana para lograr cambiarlas.
E. Gudynas es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad).