Los nuevos anuncios del G-8: entre la ostentación y la realidad

por Claudio Lara Cortés – El pasado 8 de julio los líderes del Grupo de los Ocho países más ricos del planeta (incluido Rusia) cerraron su cumbre en Escocia. Para varios comentaristas, los atentados terroristas de Londres empañaron sus prometedores resultados. Sin embargo, en vísperas del encuentro, los propios líderes del G-8 ya habían reducido las expectativas de los acuerdos finales. “No esperéis resultados de la noche a la mañana, ni sobre el calentamiento de la atmósfera ni sobre la ayuda y deuda africana”, pareciera haber sido el mensaje a los cientos de miles de personas que demandaban en múltiples actividades “Hacer de la Pobreza Historia” o la cancelación de la deuda total del Tercer Mundo sin condiciones.

Y los líderes tenían razón, pues, para comenzar, no se logró un acuerdo sustancial en materia medio ambiental. Ello fue impedido por Estados Unidos –el único miembro del G-8 que no ratifica el Protocolo de Kioto- que sólo aceptó algunos cambios puntuales en la declaración final como reconocer un “cierto papel del hombre en la subida de temperatura del planeta”, apoyar el desarrollo de “tecnologías verdes” o un recorte a largo plazo y sin vinculación legal sobre las emisiones de gases invernadero. Nada que los científicos y grupos medioambientales consideren significativo; más aún si tomamos en cuenta que Estados Unidos es el mayor contaminante (con sólo 4% de la población del planeta) al emitir una cuarta parte de los gases que contribuyen al llamado efecto invernadero o que los países del G-8 (con sólo 13% de la población mundial) son responsables de 65% de las emisiones de dióxido de carbono en el mundo.

Algo diferente ocurrió en el tema endeudamiento, pues los líderes del selecto grupo acordaron condonar la deuda de los 18 “Países Pobres Altamente Endeudados” (PPAE), entre los que se encuentran 14 naciones africanas y 4 latinoamericanas (Nicaragua, Honduras, Bolivia y Guyana). La suma total roza los 40 mil millones de dólares que dichos países deben al Banco Mundial (BM), al Banco Africano de Desarrollo (BAD) y al Fondo Monetario Internacional (FMI). Veinte otros países están en la lista de espera para beneficiarse de la condonación de sus deudas, lo que daría un monto total de 55 mil millones de dólares. Las primeras proyecciones indican que los 18 países van a economizar anualmente alrededor de mil millones de dólares.

Más allá de la gran ostentación exhibida en los anuncios, ¿quién podría oponerse a la condonación de la deuda de estos países? Nadie. El “pero” proviene de los mismos países ricos que han calificado esta medida como un “acuerdo histórico”, dejando en claro que con ella “el G8 ya hizo su parte” y que “ahora le toca dar el paso a los países favorecidos”. El “paso” consiste en crear nuevas oportunidades de inversión privada para capitales locales o extranjeros, a través de una profundización de las privatizaciones como de una mayor liberalización comercial y de los flujos de capital. Para asegurar que esos pasos se den, la declaración final insiste que el BM y el FMI deben monitorear el progreso de los países endeudados y decidirán si se hacen realmente merecedores del alivio de su deuda.

Cabe recordar que anuncios y condicionamientos similares ya se hicieron en 1999 cuando se buscó reformar la iniciativa sobre los países más pobres (PPAE), después que ésta fuera lanzada por el FMI y el BM tres años antes. En ese entonces se prometió que la deuda anulada alcanzaría los 100 mil millones de dólares y la pobreza se reduciría de manera significativa. Pero menos de la mitad de los 42 países implicados en la iniciativa lograron llegar al fin del programa que debía cerrarse a fines del 2004 y que tuvo que ser prolongado para evitar el fiasco. No sólo ninguno de esos países vio rastros de los 100 mil millones de dólares sino que entre 1999 y 2003 la deuda externa pública de los 18 países involucrados en el reciente anuncio de Londres, y que corresponden exactamente a los que cumplieron las condiciones impuestas bajo el programa PPAE (realizar reformas económicas ultra liberales), pasó de 68 a 73 mil millones de dólares. Si el “hecho histórico” de 1999 se hubiese convertido en realidad, no tendría razón de ser el nuevo anuncio de los países ricos.

Llama la atención que varias ONG e instituciones vean la nueva decisión del G-8 como un paso en la dirección correcta para resolver los problemas de la pobreza mundial. Ello no sólo porque obvian la historia de la iniciativa, sino también porque parecieran dejar de lado el hecho de que no toda la deuda “multilateral” de los 18 países ha sido condonada, sino sólo la parte que deben a los tres organismos internacionales señalados. Hay otros organismos no incluidos en la lista, como es el caso del Banco Interamericano del Desarrollo (BID). Esta no es una cuestión menor, ya que los cuatro países latinoamericanos tendrán que pagar este año 216 millones de dólares a dicho banco por concepto de servicio de la deuda.

Tampoco pareciera tenerse presente que la iniciativa no se refiere en modo alguno al total de la deuda de los PAAE, pues la deuda de éstos a bancos e instituciones financieras privadas no se considera. A modo de ilustración, baste mencionar que la deuda externa total de la Africa sub Sahara era de 231 mil millones de dólares en 2003, de los cuales sólo 69 mil millones de dólares se deben a acreedores multilaterales y el resto (más de dos tercios) a acreedores privados.

A la hora de hablar de la pobreza mundial, hay que tener en cuenta que los 18 países favorecidos por la condonación representan sólo el 5% de la población de los 165 países en desarrollo. Los 61 países de menores ingresos todavía deben alrededor de 600 mil millones de dólares, mientras que la deuda total de los países en desarrollo alcanza la astronómica suma de 2.4 trillones de dólares. Al “paso” actual tomará 100 años reducir la pobreza mundial a la mitad.

Los 40 mil millones de dólares (o 55 mil) ofrecidos por el G-8 son casi insignificantes en comparación con esos montos y con las necesidades reales de los países más pobres. Tampoco ese puñado de dólares es un “regalo”. Entre 1970 y 2002, los países del Africa negra han recibido créditos por 294 mil millones de dólares y, durante el mismo lapso, han devuelto 268 mil millones. Aún así la montaña de la deuda ha crecido a 210.000 millones de dólares. La deuda es un gran negocio.

¿Es la suma liberada por el G-8 un gran esfuerzo económico para sus países miembros? El anuncio costará anualmente al gobierno norteamericano entre 1.300 y 1.750 millones de dólares y al gobierno británico entre 700 y 900 millones de dólares, en ambos casos sólo hasta el año 2015. En tanto, la ayuda prometida se hará efectiva recién a partir del 2010 (48 mil millones de dólares). Pero según algunos expertos, su aumento real sería de 20 mil millones, ya que el resto correspondería al “reciclamiento” de deuda ya comprometida.

Para “valorar” realmente esos montos, considérese que el gobierno de Estados Unidos sólo en el año 2002 proporcionó 3.700 millones de dólares en subsidios a los grandes productores del algodón, tres veces el total de la ayuda entregada ese mismo año por ese país a África. Por su parte, la Unión Europea da al año alrededor de 100 mil millones de dólares a sus agricultores en subsidios y apoyos. Ello es vergonzoso, pues significa que “cada vaca europea obtiene 3 dólares al día en subsidios, mientras que el 50% de los africanos viven con menos de un dólar al día”.

En toda esta historia, el FMI, aunque parezca extraño, pareciera tener razón. Su director gerente, Rodrigo Rato, sostuvo inmediatamente después de la cumbre del G-8 que “la propuesta va dirigida inicialmente a países con una situación insostenible de deuda externa”, aunque recordó que “hay otros que sin tener un endeudamiento tan elevado, sufren un nivel de pobreza mayor”. Dicho en otras palabras, para los miembros del G-8 no cuenta tanto el drama de la pobreza sino la sustentabilidad en el servicio de la deuda total, especialmente la privada. Queda así en evidencia que con la cancelación de la deuda multilateral se busca “aliviar” financieramente a los países pobres para sostener su capacidad de seguir pagando puntualmente a los bancos e instituciones financieras privadas de los países industrializados.

La historia ha demostrado de manera dramática que el dinero no cura todos los males, tampoco los males de la pobreza africana o latinoamericana

C. Lara es economista chileno, integrante de Consumers Internacional y el grupo de trabajo en economía internacional de CLACSO. Publicado por D3E CLAES el 18 de agosto de 2005.