por Alberto Acosta – El presente texto es el prólogo al libro «Integración y comercio. Diccionario latinoamericano de términos y conceptos», de Eduardo Gudynas y Mariela Buonomo, publicado por CLAES D3E.
“Formémonos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable” Simón Bolívar
El sueño de nuestros libertadores no puede ser vano. La idea de la unión regional surgió justo en el momento de la separación de las metrópolis dominantes, y que al poco tiempo se caracterizaría por una independencia fragmentada y fragmentadora de las antiguas colonias. Fue un nacimiento republicano doloroso y contradictorio. En lugar de permanecer unidos para fortalecerse en el contexto internacional, nuestros países se dividieron facilitando nuevas formas de dominación. Y desde entonces, el mensaje de unión de nuestros libertadores apenas ha sido un texto ritual en cada encuentro internacional.
Pero como no hay mal que dure por siempre, la América Latina de hoy nos trae vientos nuevos y renovadores. Parece que se acerca el momento de superar falsos fines, como aquel de conformar grandes mercados como sinónimo de integración. Parece que se ha entendido que la integración requiere ciudadanos más que consumidores. Desde la ciudadanía, mucho más que desde el negocio, se construirá esa gran nación latinoamericana, vigorosa y solidaria para enfrentar los retos de la globalización y para poder caminar con identidades y fortalezas propias.
Para avanzar en la integración de la región, que permita defender nuestros intereses comunes en el concierto político mundial, es necesario conocernos e incluso reconocernos desde perspectivas amplias y no sólo económicas. Los cada vez más profundos y vertiginosos acuerdos comerciales, financieros y energéticos en marcha deben acompañarse con lecturas políticas. En medio de la maraña de acuerdos, convenios y tratados, atravesados a su vez por las siempre presentes presiones imperiales del ideologizado “libre comercio”, nos falta hacer un ejercicio de traducción y unificación de términos y conceptos. Nos falta entender mejor de qué estamos hablando cuando discutimos sobre desarrollo e integración. No se trata simplemente de enlistar definiciones aisladas en un glosario. Más que eso, se requiere entender el contenido político de palabras muchas veces conocidas, pero sobre todo manipuladas al antojo de las circunstancias.
Este diccionario, entonces, como se plasma en su introducción, asume partido. Enfoca especialmente la situación y los problemas de América Latina. Ofrece visiones alternativas, confrontándolas con las concepciones convencionales. Es una suerte de diccionario con vida, no una simple colección de definiciones aisladas que sirven ocasionalmente para aclarar un punto independiente.
Impulsar la elección directa del Parlamento Latinoamericano (PARLATINO), en cada uno de nuestros países, podría ser un buen paso político. Igual reflexión cabe para las organizaciones latinoamericanas, como son CAN, MERCOSUR, UNASUR, Tratado de Cooperación Amazónico. Sin embargo, no se trata de fortalecer numéricamente estos organismos, muchos de los cuales se encuentran en una profunda crisis y por lo tal deben ser repensados. La integración, para que sea el motor del desarrollo, debe ser rediseñada íntegramente. No puede ser impulsada desde la sola visión de estos organismos. No se trata de racionalizar las actuales estructuras burocratizadas y de profundizar las mismas prácticas de una integración que ha priorizado lo comercial dejando de lado lo social, cultural, ambiental y sobre todo lo político. De ser preciso, uno o varios de los organismos existentes deberían desaparecer para dar paso a nuevas estructuras e instituciones verdaderamente integracionistas.
La tarea pasa por priorizar como objetivo la unidad y la integración política latinoamericana a partir de la convergencia de sus políticas económicas y sociales, de la complementariedad de sus aparatos productivos y de la solidaridad regional. No se tiene en mente la misma forma de integración impulsada hasta ahora. Requerimos una integración diferente, autonómica, sustentada en bases económicas, sociales, políticas y culturales a partir de las diversas realidades ambientales existentes en la región. Hay que alentar la constitución de soberanías regionales a partir de los ahora estrechos márgenes nacionales.
De la misma manera, es preciso alentar mecanismos de negociación que reconozcan la realidad del desarrollo desigual y las relaciones solidarias entre los socios en vez de plantear una ficticia igualdad entre los países. El cuestionamiento a un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos no cierra las puertas a otros tratados bilaterales o multilaterales, siempre que éstos no constituyan la imposición de condiciones adversas al desarrollo nacional y regional. Nuestra América debe multiplicar sus esfuerzos para insertarse activa e inteligentemente en el mundo. La tarea es establecer vínculos con la mayor cantidad de economías relevantes, tanto las vecinas, como con otras, por ejemplo China, India, en Europa y, por cierto, hay que comerciar también con los EE.UU. Esto implica buscar una sostenida diversificación e incluso sustitución de las exportaciones, no depender de pocos mercados y menos aún de uno solo. El comercio debe orientarse y regularse desde la lógica social y ambiental, no exclusivamente desde la lógica de acumulación del capital; así, por ejemplo, el comercio exterior no puede poner en riesgo la soberanía alimentaria, la soberanía energética y el empleo.
En lugar de quitar poder al Estado, como ocurre con un TLC, se deberá transformar de raíz y fortalecer el Estado nacional como actor del desarrollo. La misma CEPAL, que ha terminado por alinearse a la mayoría de los planteamientos del Consenso de Washington, considera que ya es hora de disminuir el sesgo contra la inversión pública. Simultáneamente habrá que modernizar los mercados como espacio de construcción social que requieren ser controlados y normados por la misma sociedad y el Estado. También se tendrá que impulsar la participación activa del poder ciudadano en el Estado y en los mercados, como actor y controlador de los mismos.
Establecer reglas claras y estables para todos los inversionistas: extranjeros, nacionales y el Estado mismo, es otra tarea urgente. Con la crítica al TLC con los Estados Unidos no se está cerrando la puerta a la inversión extranjera que contribuya al desarrollo. Tampoco se está aseverando que toda la inversión nacional se ajusta a las necesidades de dicho desarrollo, pues, no podemos ocultar, que parte importante de la pobreza y el atraso nacional se debe a una sistema local de acumulación de capital rentístico, oligopólico e incluso oligárquico, en el que no funcionan adecuadamente los mercados. La seguridad jurídica debe ser para todos, incluyendo para las empresas estatales y por cierto para las comunidades, no sólo para el capital extranjero. Y esto a partir de la premisa de que el eje es el ser humano vinculado a la naturaleza por lo cual deben respetarse los acuerdos y convenios internacionales debidamente suscritos.
Uno de los mayores escollos de la integración ha sido su conceptualización como un ejercicio económico, mayormente de tipo mercantil. Debemos superar lo que Mario Palomo considera “el síndrome de los Picapiedras y los Supersónicos”. Es decir, como afirma Mario Roberto Morales, “suponer que el consumismo es el propósito de la vida, desde las cavernas hasta la era espacial”.
Por lo tanto, la integración no solo debe servir para relanzar una estrategia exportadora de inspiración transnacional o para conseguir un simple acercamiento a la economía norteamericana en medio de un proceso de reordenamiento geopolítico complejo, cuyo resultado no está claro. La integración, latinoamericanista tiene que apuntar a objetivos más amplios y profundos en un esfuerzo concertado por vencer al subdesarrollo y fortalecer la democracia. Ya es hora de pensar en la posibilidad de una supresión pacífica de las monedas nacionales y en un acercamiento real de nuestras políticas económicas, tal como sucede en Europa, como parte de una estrategia de cesión voluntaria de parte de nuestras soberanías nacionales a cambio de la construcción de una soberanía regional más amplia y eficiente. Hay que hacer posible el establecimiento y la vigencia de esquemas de acumulación y reproducción nacionales y regionales que se sustenten en una mayor participación ciudadana y que excluyan los regímenes autoritarios y represivos, que superen los dogmas y contradicciones neoliberales, para lo cual se tendrá que avanzar en las transformaciones económicas, sociales y políticas que cada sociedad requiere.
A nivel del desarrollo local-territorial, especialmente en las zonas fronterizas o de su influencia, los efectos de la integración pueden causar transformaciones profundas, en la medida que las poblaciones tradicionalmente marginadas no sean simples espectadores de las grandes transacciones comerciales y financieras, u objeto de políticas clientelares. Cómo transformar a estos grupos humanos, respetando sus características, en actores de la integración, luego de haber sido las principales víctimas socioeconómicas de enfrentamientos o ancestrales olvidos de los poderes centrales, es uno de los desafíos planteados.
La tarea es eminentemente política. Pasa por rescatar la política y repolitizar la sociedad, incluyendo la economía.
A. Acosta es Presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador.
El presente texto es el prólogo al libro «Integración y comercio. Diccionario latinoamericano de términos y conceptos», de Eduardo Gudynas y Mariela Buonomo, publicado por CLAES D3E.
El libro se encuentra disponible gratis. Más información …
Reproducido en el semanario Peripecias Nº 88 el 12 de marzo de 2008.