Banco Mundial y TLCs: confundiendo la promiscuidad con el matrimonio

por Eduardo Gudynas – Comenzaron las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia, Ecuador y Perú con los Estados Unidos. Mientras que distintas agrupaciones productivas y ciudadanas alertan sobre los peligros de ese acuerdo, los sectores gubernamentales viven el proceso con optimismo, y varios organismos internacionales como el BID y el Banco Mundial lo alientan.

En efecto, los mensajes de los bancos insisten en “aprovechar la oportunidad” más allá de las situaciones concretas de cada país, donde se viven crisis de distinto tipo. Un buen ejemplo lo constituyen las recientes declaraciones de Guillermo Perry, economista jefe del Banco Mundial para América Latina, quien sostuvo que “no se puede esperar a estar perfectamente preparados” para un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos [1]. El economista colombiano fue más lejos sosteniendo que esa negociación es “como el matrimonio: uno nunca está suficientemente preparado y si espera a estarlo deja pasar las buenas oportunidades”.

Lamentablemente es cierto que los países andinos no están “perfectamente preparados” para abordar un TLC con Estados Unidos. La asimetría entre esas naciones es enorme: la población de las tres naciones andinas totaliza los 86 millones de personas, mientras que los Estados Unidos es tres veces más grande; el PBI total representa poco más de 161 mil millones de dólares, mientras que el de EE.UU. es 66 veces mayor. Otro tanto sucede con el comercio internacional, donde Colombia, Ecuador y Perú muestran una fuerte dependencia de sus exportaciones a Estados Unidos. Ante una situación como esta, las afirmaciones de Perry sobre el “matrimonio del libre comercio” dejan muchas dudas tanto sobre sus conceptos referidos a la vida en pareja como sobre la fundamentación económica de un TLC.

Fracaso de las reformas

La lógica del TLC implica avanzar en acuerdos del tipo del NAFTA, acentuando estrategias basadas en el mercado que dejan a los gobiernos nacionales en posiciones secundarias. No deja de ser dramático que desde el Banco Mundial se alienten esos procesos a pesar que sus propios datos indican que la apertura comercial unilateral y las demás reformas de mercado no tuvieron resultados positivos. El propio Perry reconoce que la apertura comercial “no rindió los frutos esperados”, admitiendo algo que durante años denunciaron muchos especialistas: alteraciones por sobrevaluación de las monedas nacionales, crecimiento descontrolado de las importaciones, y destrucción del aparato productivo local. Perry avanza todavía más al sostener que el comercio “no es el motor del crecimiento”, apuntando en cambio a la educación y la técnica.

Estos datos se pueden encontrar en la evaluación sobre las reformas orientadas al mercado que emprendió América Latina desde mediados de 1980 que ha realizado Perry y otros técnicos del Banco Mundial. Perry afirma que el resultado de esas reformas fue “modesto”, e incluso llega a admitir que hubo un exceso de ideología neoliberal, “exagerando las virtudes del mercado y subestimando el rol del Estado, especialmente a principios de la década”.

Esta afirmación es notable por dos motivos. El primero es que el Banco Mundial fue uno de los más fuertes propulsores de todas esas reformas de mercado; alentó, presionó y hasta financió la generación de nuevos mercados y la apertura de aquellos que estaban regulados, estuvo presente en crear nuevos marcos legales que permitieron decenas de privatizaciones, implantaron sucesivas generaciones de “gerentes” que invadieron áreas como la salud o la educación, insistieron en demoler mecanismos de protección económica y felicitaban la apertura comercial unilateral.

Pero también es remarcable que Perry reconozca esos problemas ya que fue uno de los promotores de muchos de esos cambios desde el seno del Banco Mundial. Recordemos que el economista colombiano fue uno de los autores principales de estudios claves del Banco Mundial que promovían una nueva generación de reformas mercantiles. El primer y más destacado aporte fue “La larga marcha: una agenda de reformas para América Latina y el Caribe para la próxima década”, redactada por Shahid J. Burki y Perry, y publicada en 1997. Un año más tarde, publican “Más allá del Consenso de Washington: la hora de la reforma institucional”; y finalmente editan en 1999 “Más allá del centro: descentralizando el Estado”. En todos esos textos se pregona una reforma orientada al mercado, los actores estatales se convierten en agentes empresariales, y la política es un gerenciamiento; la presencia estatal y social es funcional a los mecanismos de mercado.

Confundiendo un TLC con un matrimonio

Después de haber alentado diversas variedades de esas reformas, ahora el Banco Mundial reconoce algunos de sus problemas; en algunos casos admiten el fracaso en la prensa, mientras que en otros momentos lo susurran en las conferencias. Pero a pesar de eso se muestran incapaces de realizar las obvias asociaciones entre sus datos y la realidad que les rodea, y la construcción de políticas en desarrollo. Cuando deben pasar de los datos de sus cuadros hacia las propuestas de acciones, siempre vuelven a caer en los escenarios mercantiles, demostrando no sólo poca imaginación en innovar con nuevas propuestas sino también una escasa rigurosidad conceptual en manejar la evidencia. Parecería que adolecen de una dificultad insalvable en aventurarse en una discusión sustantiva sobre las bases y fines del desarrollo.

Las propuestas de TLC que ahora alienta Perry, el Banco Mundial y el BID, apuntan en el mismo sentido mercantil, y dejan casi sin espacio a las políticas de desarrollo acordadas entre varios países. En un TLC no existen “políticas comunes” sin tan sólo relaciones comerciales, las que muchas veces se tornan competitivas, y por lo tanto, con ganadores y perdedores. Por lo tanto Perry está profundamente equivocado: un TLC no permite un “matrimonio” ya que impide contar con sujetos políticos estatales que permitan acordar una vida en común. Los acuerdos de libre comercio son, por el contrario, relaciones pasajeras, promiscuas, basadas en la búsqueda de la ventaja. Motivos de ese tipo explican las críticas que desde los bancos multilaterales se lanzaban al MERCOSUR por el “desvío del comercio internacional”.

Las posiciones de ese banco, como las del BID, de alentar acuerdos bajo el formato de los TLC son incluso contrarias a sus propias declaraciones de enfatizar la lucha contra la pobreza. En esos convenios no existen componentes sociales, los flujos comerciales no están acotados a metas sociales, e incluso se han rechazado las restricciones laborales. Otro tanto sucede con las declaraciones de esos bancos sobre la protección ambiental – el actual formato de los TLC ignora los aspectos ecológicos. Por lo tanto, si los bancos tomaran en serio sus propios análisis y sus objetivos de desarrollo, deberían denunciar los actuales tratados de libre comercio y trabajar por acuerdos verdaderos de integración.

[1] Entrevista por M. Rodríguez Múnera en Lecturas, El Tiempo (Bogotá), 16 mayo 2004.

E. Gudynas es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad – América Latina). Anticipo de un artículo más extenso en la edición de junio 2004 de Tercer Mundo Económico (Red Tercer Mundo).