por Eduardo Gudynas y José da Cruz – El Mercosur se reúne en Buenos Aires. Si bien se habla de revitalizarlo para negociar en conjunto a nivel internacional, varios presidentes se esfuerzan por diferenciar a sus países de la crisis de Argentina. F.H. Cardoso comenta que la irrelevancia global de la región ofrece oportunidades para cuidar de nosotros mismos. Pero hasta hoy esos gobiernos, y en especial Brasil, no han logrado consolidar el Mercosur. ¿Podrán lograr en la próxima Cumbre lo que no ha sucedido en diez años?
En reciente entrevista, el presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, sostuvo que su país y las demás naciones de América Latina son irrelevantes para Estados Unidos. Ese hecho, a su juicio, «nos da espacio para hacer lo que queramos». Declaró además que “en este momento en que parece que somos más irrelevantes, tratemos de cuidar de nosotros mismos, pero también de hacer vínculos como el que hicimos con México, como el que México hizo con Europa, como el que Chile hizo con Europa» (Clarín, 30 junio 2002).
En otras palabras: como somos irrelevantes se nos abre la posibilidad de emprender acciones sin desencadenar iras imperiales, y podríamos aprovechar la circunstancia. Si la opinión de Cardoso se recibe con seriedad, esperaríamos que su iniciativa condujera a hechos concretos tales como una estrategia regional, en primer lugar a nivel del Mercosur, y como segundo paso, hasta donde sea posible, a una posición común latinoamericana.
La idea es muy buena. La situación de crisis ha traspasado las fronteras de Argentina, y está azotando a Uruguay, Paraguay y Brasil, países que llevan adelante diversas negociaciones con el FMI, lo que condiciona aún más sus márgenes de maniobra. Repercusiones de la crisis comienzan a sentirse también en Chile, Bolivia y México, y generan la preocupación de un contagio continental.
El establecimiento de estrategias comunes ofrece varias ventajas. Entre las más obvias se encuentran la conformación de un frente único ante el FMI, la potenciación de los reclamos comerciales ante las políticas proteccionistas de Estados Unidos y la Unión Europea, y la conformación de espacios comerciales regionales que reduzcan la dependencia de las exportaciones hacia el Norte. Este último aspecto reviste gran importancia, ya que podría activar rubros de exportación, reducir la competencia entre nuestros países ante terceros mercados, y en especial promover el flujo de alimentos para atender la demanda del constante aumento de la pobreza, por ejemplo en Argentina.
Todo un símbolo: Los presidentes de Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay al encuentro del presidente Fox (México); a un lado queda el presidente argentino E. Duhalde.
Días atrás, el presidente de Argentina Eduardo Duhalde, apuntaba en el mismo sentido cuando lanzó señales para reflotar al agonizante Mercosur. La idea de Buenos Aires era aprovechar la próxima cumbre de presidentes del bloque, y la presencia de Vicente Fox de México, para generar un acuerdo entre todos los países de cara a futuras negociaciones con el FMI y el departamento del tesoro de los Estados Unidos. Argentina consideraba esencial el apoyo de Fox. Los presidentes del Mercosur difícilmente lograrían clemencia en Washington, mientras que el mexicano contaría con más posibilidades de hacer oír un claro mensaje: «O nos salvamos todos o se cae la economía del continente» (Clarín, 23 junio).
Duhalde intentó avanzar con su propuesta pero sin éxito. Ha buscado viajar a Brasilia para solucionar algunos diferendos comerciales, pero también para promover esta posición. Sin embargo, Cardoso no encuentra tiempo libre en su agenda: hasta hoy la reunión no se ha concretado. Los demás países del Mercosur también se distancian de Argentina; el frente común del año 2000 se desvaneció.
La posición argentina muestra ingenuidad, ya que pretende conseguir en pocos días una coordinación política y económica que no se logró en los diez años del Mercosur. A lo largo de todo este tiempo ha predominado en la región una actitud individualista, donde cada país buscó ventajas comerciales para sí, no se vertebraron políticas comunes.
Brasil no ha sido ajeno a ese mal. Si bien el presidente Cardoso siempre ha dejado en claro tanto la importancia de la coordinación entre Estados como las consecuencias de una globalización asimétrica, también fue un obstáculo para avanzar en una política comunitaria. Bajo Cardoso, el Mercosur nunca logró avanzar en la construcción de leyes supranacionales, ni en esquemas serios de coordinación productiva y comercial. Brasilia quiso liderar el bloque, pero no estuvo dispuesta a asumir los costos de la posición de líder, en especial la redelimitación de su soberanía. Quiso ser la Alemania del Mercosur pero sin conciliar con otros países y sin esforzarse por impulsar al conjunto. Quería un bloque regional siempre y cuando fuera bajo sus condiciones, generando así una imagen de pequeño imperio local. Hoy se repite esa actitud: Cardoso proclama la coordinación regional pero no encuentra tiempo para recibir a Duhalde.
El egoísmo nacional se ha acentuado y los miembros del bloque apelan a las relaciones públicas para dejar en claro que son diferentes a la Argentina: Brasil, Paraguay Uruguay envían, de diferentes maneras, señales para desmarcarse de Buenos Aires ante los mercados internacionales, y en especial frente al FMI. Hasta el propio presidente Fox ha hecho otro tanto, celebrando que a los ojos de los mercados internacionales la economía mexicana logró diferenciarse de las demás. El desentendimiento de uno con otro, y de todos con Argentina, llega a tal punto que se considera que posiblemente no habrá declaración presidencial conjunta en la Cumbre de estos días. Al menos puede decirse que coincidirán en un punto: la desconfianza mutua.
Otra cosa hubiera sido si los proyectos de integración regional se hubiesen encarado con más fe y con la convicción de que nuestro destino se juega en ese proceso. Pero para ello es necesario un fuerte liderazgo que no parece cercano, ya que la irrelevancia internacional que resalta Cardoso conlleva una triste aceptación: el sumiso reconocimiento del presidente de Brasil de un protagonismo marginal. Esa limitación es todavía más grave ante la eventualidad de que podamos caer aún más bajo, llegando a las oscuras zonas de la anomia donde la supervivencia de grandes sectores de población estará amenazada. Es terrible que aun bajo esas condiciones siga prevaleciendo la desconfianza. Lastimosamente parecería que los gobiernos coinciden en esa actitud, y lo hacen con gran eficiencia, lo que explica sus avances en al menos una tarea: generar su propia irrelevancia.
E. Gudynas y J. da Cruz son investigadores del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). La presente es una versión corregida del artículo original publicado en el diario La República (Montevideo) y en el sitio La Insignia (www.lainsignia.org).